Tuesday 18 May 2010

UNO MÁS.

El escándalo estalló la semana pasada. Fueron los periodistas los que comenzaron a revolver la mierda y no pararon hasta que todo el mundo en la ciudad lo supo.
Hoy ha regresado. Venía acompañada de ellos. ¡Pobre mujer!

Han llegado con sus cámaras, cables, micrófonos y artilugios, todos ellos ansiosos por captar el mejor instante, la foto más significativa, las mejores palabras.
Y yo me sigo preguntando para qué. Nada va a cambiar. No importa que el blanco de las lápidas esconda secretos, secretos de tumbas comunes, de enterramientos de hasta seis niños por agujero, de pobreza.

La gente no quiere conocer la verdadera magnitud de la miseria que los rodea. Da igual que los políticos se hagan los sorprendidos, que alguien desee cambiar todo. Los que de verdad quisiéramos hacer algo para cambiarlo, no sabemos siquiera cómo hacerlo, y los que pueden, simplemente no quieren. Sólo quieren rozar la miseria, descubrirse tocados por un momento, recordarse a sí mismos que son capaces de sentir y después… olvidar.

Cuando todo el circo ha terminado, ella ha vuelto a quedarse sola. Ha caído sobre la tierra que otrora acogió el pequeño cadáver de su bebé. Ha sufrido su ausencia. Ha maldecido al cielo y al zorro que escarbó la tierra, aún blanda y revuelta, para llevárselo. Una tumba apenas cubierta con un par de maderas, a la espera de algún cadáver más para completar la fosa común, y ha llorado sin consuelo.
Yo he dejado por un instante mi pala a un lado y he llorado en silencio. Por ella, por él… por todos.

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