Thursday 27 May 2010

EL MAESTRO.

Mar no paraba de remover su descafeinado lentamente mientras miraba sin parar el líquido girar. Sentadas en la misma cafetería de siempre yo la observaba preguntándome cuanto tiempo necesitaría para que el silencio se rompiera y sus palabras comenzaran a brotar.
Era una mujer hermosa y segura, aunque en aquellos momentos me pareciera indefensa y débil.
El tiempo pareció detenerse hasta que por fin escuché su primer suspiro, que fue seguido de un, jamás le olvidaré, el me enseñó todo lo que se, estoy perdida sin él.
Yo ya sabía lo que venía a continuación, nuestros cafés se enfriarían mientras ella me recordaba lo mucho que le había amado. Eran ya demasiadas tardes escuchando detenidamente las virtudes de aquel hombre que ella consideraba su mejor maestro.
-No había sido mujer hasta que no le conocí Ana, entiéndeme, tienes que entenderme.
En el fondo no sabía muy bien si ignorarla o sentir pena por ella.
Mar siempre había sido una mujer decidida, implacable. Siempre la admiré. Sabía lo que quería, cómo y cuando.
El sexo no tenía secretos para ella, se mofaba de disfrutar más que ninguna, especialmente de cosas que las demás nos pensábamos sacadas de sus propias fantasías, porque nos parecía que no podían ser verdad. Meras imaginaciones suyas. Seguramente exageraciones.
Era la envidia de todas las amigas.
Su voz me sorprendió cuando entre sollozos y para mi sorpresa me confesaba que él era todo lo que ella siempre había querido.
Si yo no recordaba mal estábamos hablando de aquel chico que ella había tratado con indiferencia, aquel que había ignorado y utilizado, con el que había jugado todo lo que había querido consciente de que no se permitiría a si misma enamorarse.
Hasta que entre juego y juego, como ella misma siempre me contaba, él comenzó a enseñarla, se erigió maestro en el arte de despertar su cuerpo. Amplió sus horizontes descubriendo un nuevo mundo ante sus ojos. Le juró que lograría que ella sintiera su calor aún sin que sus pieles se rozaran, le prometió que despertaría todos y cada uno de los poros de su ser, que con él aprendería a disfrutar de placeres tales como sentir su lengua recorrer todo su cuerpo y viceversa, o el abrasador placer de sus cálidas manos. Le enseñó el arte de disfrutar hasta perder la noción del tiempo siendo consciente de su naturaleza y la de él, instintos naturales dormidos que el despertó.
¿Cuándo había sido el momento en que Mar dejó de considerarle loco para poco a poco ir entregándose?
Ya no importaba. Él había decidido partir en busca de una nueva alumna, otra a quien enseñar todas sus artes.
- Me dijo que ya no tenía más que enseñarme, que debía dejarle partir y ser feliz-me decía Mar en aquel instante.
Me sorprendí a mí misma diciéndola:
- Mar, amiga, tienes que olvidarle, ya verás como pronto conocerás a alguien que te hará feliz y entonces todo tendrá sentido para ti.
Y en aquel momento no pude evitar que una punzada de culpabilidad me recorriera por completo. Jamás tendría el valor de confesarle a Mar que fruto de todas nuestras conversaciones compartiendo sus intimidades mi deseo por conocer a su maestro había sido tan intenso que, desde hacía días, yo me había convertido en la nueva alumna.

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