Saturday 15 May 2010

LA REALIDAD.

Encogida sobre sus rodillas no quiere mirar hacia arriba. Tapa inútilmente su cabeza con ambas manos, como queriendo protegerse de los tremendos golpes. Intentando en vano evitar lo inevitable, sin dejar de preguntarse una y otra vez porqué. No termina de comprender su dura realidad.



Mientras, las endiabladas palabras que escupe por la boca la bestia en que se ha convertido la persona que más quiere, destrozan sus oídos calándole hasta el alma. Es cierto que pasa sus días escuchando constantemente que es una inútil, que no sirve para nada, pero la pequeña comienza a discernir lo que está bien de lo que está mal y esto no le parece que esté nada bien.



Una minúscula partícula de polvo se le antoja quizás la criatura más afortunada del planeta. Ellas siempre vuelan libres y nadie les presta atención. A pesar de conocer el ritual, anhela vez tras vez un cambio de recorrido, un ínfimo desvío en el mortal viaje de las palabras a las profundidades de su ser. Ni siquiera es capaz de imaginar que en el futuro, cualquier pequeño detalle violento será capaz de revivir dentro de ella todos estos sentimientos.



Atrapada en la tela de araña de su propio destino y sin escapatoria, deja las lágrimas rodar. A pesar de ser la única manera que encuentra de consolarse, intenta hacerlo en silencio. Sabe que debe ser así, no necesita nada para comprender las consecuencias que cualquier gemido podría tener. La agresora sigue golpeándola presa de una locura descomunal y un descontrolado e insano placer. Piensa irónicamente que le debe de gustar, sino, no tendría sentido provocar tanto dolor solamente porque si.



Lamentablemente lo que realmente hace que dude si quizás sí lo merece son las caricias que recibe de ella minutos después, pidiéndole perdón, intentando explicar lo que acaba de suceder y prometiendo vez tras vez que no lo volverá a repetir. Es en ese justo momento cuando le dice que la quiere.



Tumbada en su camita, intentando dormir para que su cuerpecito tenga, aunque sea, un rato de paz y deje de dolerle, se promete solemnemente que mañana se portará mejor todavía, con la esperanza de que aquello nunca se repita.

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